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¡Adiós, Signor Alberto!

08.10.2015

La industria italiana y mundial pierde uno de sus grandes protagonistas. El pasado día 6 de octubre fallecía Alberto Giacomini, fundador de nuestro Grupo y "Cavalieri del Lavoro", a la edad de 86 años. Y qué mejor homenaje que el siguiente artículo del político y periodista Manuel Milián Mestre en el Diario El Mundo:

 

Cada día que fenece es un paso más hacia el camino de la eternidad y de las ausencias que quedan varadas en lo que Unamuno denominaba “el corral de los muertos”, es decir, el cementerio. Transcurre la vida hasta que un día la rueda se detiene irreversiblemente, y llega entonces la memoria y el olvido. Valga esta reflexión casi a las puertas de noviembre, el mes de los muertos, para consideración de un hombre genial, que la semana pasada falleciera en el paraíso del lago de Orta, a la vera del lago Maggiore, casi a la sombra del Monte Rosa alpino, en el norte de esa Italia de los grandiosos paisajes que enlazan con Suiza.

A las 15 horas salía del lugar de su postrer reposo, el “signor” Alberto Giacomini, un hombre creativo donde los haya, sabio de naturaleza que con el solo ropaje de la enseñanza primaria, no conoció la universidad salvo para recibir el doctorado “honoris causa” por la Columbia University de New York. Hijo de un picapedrero modestísimo, hermano de otros cuatro vástagos, aprendió en el aula de la vida que a partir del talento y la voluntad era posible levantar un imperio industrial. Primero fue el torno en el garaje a los 18 años, Después, su imaginación y la de sus hermanos. Poco a poco las ventas de sus griferías o de sus válvulas, hasta que un día alzó su primer pabellón propiamente industrial. En 70 años, secundado por sus hermanos, su  genio creador ha levantado un imperio de grandes dimensiones, de fábricas en Italia, América y delegaciones en decenas de países. Tecnología punta en válvulas que utiliza la NASA, o sistemas de calefacción y refrigeración en techos, paredes o suelos radiantes;  finalmente, la aplicación del hidrógeno en sus sistemas, fruto de su propia investigación. Miles de puestos de trabajo, centenares de familias que arraigaron en su tierra, donde Alberto Giacomini plantó sus enormes fábricas “porque yo no quiero que nadie tenga que dejar su tierra por falta de trabajo, ni tampoco su cultura”, como él mismo me confesaba un día, sentados ambos en la terraza de su mansión ante el soberbio escenario del lago d´Orta a sus pies y el muñón emergente de la “Isola St. Giulio” en el centro de la superficie del agua. Un lugar digno del Paraíso.

Mi amigo el “signor” Alberto como era conocido y admirado por toda la comunidad de los pueblos del lago, mereció tanto reconocimiento de su gente como general respeto. El  Gobierno italiano le otorgó el honor por excelencia de Italia como “Cavalliere del Lavoro”, al igual que a Berlusconi o Agnelli, del que jamás presumía como tampoco lo hacía de su mecenazgo cultural y artístico que le llevó a restaurar iglesias, colecciones de arte, patrocinar actividades culturales, congresos de poetas internacionales, etc. etc. Su mecenazgo no tenía límites, cuando de promocionar el Cussio, o el Piamonte se trataba. Conmigo a menudo usaba  el dialecto piamontés, que yo entendía, y al que le correspondía con mi catalán nativo, que él comprendía perfectamente por ser tan fraternalmente parecidos. Su genio innovador le llevó a  instalar las más avanzadas tecnologías, unos extraordinarios procesos de robotización de sus fábricas. “Conmigo, Manolo, no podrán los chinos por más bajo que sea el coste de mano de obra ¿Acaso podrán superar su productividad, y  coste cero salarial de los robots que tengo en mis fábricas?” Definitivo argumento.

Al anochecer, en el jardín de su Hotel Sant Rocco, cuando la primavera había dulcificado la humedad, el frio del lago cuyas aguas golpean sus muros, “il signor” Alberto  organizaba conciertos de música clásica, de piano, de solistas, de canto – a menudo gentes de la Scala de Milán- para que sus amigos, clientes y trabajadores pudieran gozar del arte y de la sin igual belleza de una noche de música arrullada por la luna y por el lago. Era la exquisitez de lo sublime…

La obra y el hombre tuvieron su premio: el general respeto, el cariño de las gentes de Sant Maurizio d´Opaglio, Omegna, Orta y tantos pueblos de los aledaños. Jamás en setenta años de existencia se dio una huelga en sus fábricas. Él se anticipaba siempre en sus necesidades y no hubo ni sindicatos en su empresa. Superó crisis y desafíos, nadie le obligó, ni nada, a cancelar un puesto de trabajo “porque lo importante son los hombres y sus familias”, según él me refería. Un ingente empresario que falleció el 6 de octubre y cuya capilla ardiente en una de sus fábricas reunió a todos sus trabajadores que le rindieron silencioso homenaje entre un mar de flores y de rezos junto a su ataúd. El cortejo fúnebre, bajo la lluvia, y rezando el santo rosario recorrió todo el perímetro de sus instalaciones industriales, y, al abandonar la cancela sus trabajadores prorrumpieron en una ovación emocionada. A escasos quinientos metros se repitió idéntico homenaje espontáneo de los habitantes de Sant Maurizio d´Opaglio concentrados en la plaza de su bella iglesia. El funeral se convirtió en un homenaje a su bondad, a su genialidad emprendedora, a su humildad de “conttadino”. “¡Grande Alberto!” proclamó el sacerdote en la homilía. Advertí lágrimas en muchos ojos, aplausos al abandonar la iglesia su cuerpo con voces emocionadas cantando a un líder social, a un patrón ejemplar, a un hombre bondadoso, al hijo de un humilde picapedrero que creó todo un imperio de la nada y consolidó la economía de miles de familias en esa región prealpina del Piamonte.

Al abandonar el cementerio, se me emborronaron la superficie del lago y el paisaje, húmedo y grandioso, entristeció. Experimenté un vacío profundo: estaba conmovido y emocionado por el testimonio de todo un pueblo al “signor” Alberto. 

 

Manuel Milián Mestre

14 de octubre de 2015